lunes, 10 de noviembre de 2008

La aventura del saber


Hace poco fue noticia la nueva selectividad que está impulsando el gobierno y que pretende que en la prueba del año 2012 haya examen oral en una lengua extranjera.

Como siempre en este país tenemos una animad-versión por los idiomas extranjeros. Este mismo mes en varias ciudades se protestará en contra de la impartición de la asignatura de “Educación para la ciudadanía” en inglés. Los españoles somos de los de presumir de querer aprender a hablar un segundo idioma, de hacer algún viaje didáctico a Inglaterra o Irlanda en verano, pero cuando viene un señor de las islas a pedir un “Cofee with milk” le decimos: “En España se habla ESPAÑOL” y ni segundo idioma ni “penis in vinegar”. Debe ser eso que llaman carácter latino.

No es nada nuevo eso de que aquí estamos algunos años (luz) por detrás de nuestros vecinos europeos. Y si creéis que lo de “años” lo digo como metáfora os contaré algo que me sucedió en mi viaje a lo mochilero por Europa en el verano del 2006.

Habíamos llegado en el último tren del trayecto Berlín-Hamburgo y en el lugar de nacimiento de la hamburguesa llovían chuzos de punta. No sabíamos a donde ir y el albergue que habíamos reservado estaba más en Copenhague que en el propia Hamburgo. Seguimos las indicaciones que habíamos encontrado en internet sobre la localización del albergue y nos introducimos en un bosque espeso, de los de muchos árboles y ni una farola y allí estábamos nosotros, seis españoles con chubasqueros en medio de un bosque alemán y sufriendo el ataque de unas ranas enormes que se nos subían a los pies.

De repente apareció una especie de urbanización dentro del bosque. Eran una docena de casas. Una de ellas tenía la luz encendida y la puerta abierta (cosa extraña teniendo en cuenta que eran cerca de las doce de la noche) y una mujer alemana de unos 70 años, extrañada por unas voces en medio de un bosque un día de lluvia salió a “recibirnos”. No nos lo pensamos mucho, llevábamos demasiado tiempo aguantando el chaparrón perdidos en aquel bosque, así que nos atrevimos a preguntarle a aquella anciana, en inglés, si sabía donde quedaba una suerte de albergue. La septuagenaria inició un teatrillo y empleando un sencillo inglés en el que incluyó un alemán “rrrrrrigth” a la vez que daba una vuelta sobre si misma nos dio las claves para llegar al albergue.

Y eso me hizo pensar en cuantas ancianas españolas apoltronadas en sus mecedoras sabrían indicar a un visitante cualquiera el camino a alguna parte en un idioma que no fuera el suyo. Y con el tiempo también pensé en cuantas abuelas nuestras sabrían como se dice “parar” en inglés, aunque sea una palabra que se encuentran todos los días en cada esquina.

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